lunes, 31 de octubre de 2016

Mi niño berlinés

Ahora que te gusta que te cuenten cuentos, te voy a contar el cuento de tu infancia en Berlín. De tu nombre alemán, y berlinés, porque ¿qué hay más berlinés que los tilos? De la Hebamme chilena que acompañó el embarazo, que me enseñó a darte la teta, a doblar el pañal de tela y a ponerte en el rebozo. De la Geburthaus donde al final no naciste porque parteras malditas hay en todas partes, aunque se proclamen feministas y defensoras a ultranza de la soberanía de la mujer sobre su parto, y del hospital turquísimo donde viniste al mundo ayudado por una técnica instrumental, el vacuum, que en Argentina no se usa. Del frío y la oscuridad de tus primeros días, de nuestro encierro y nuestra soledad. Del día, o más bien la noche, porque era siempre de noche, en que llorando le conté a Nadia por teléfono que me dolía tanto la espalda que no podía tenerte en brazos y que me parecía que llorabas por eso, porque necesitabas más upa, y Nadia me dijo: si no podés tenerlo en brazos, ponételo de bufanda, pero el bebé tiene que estar con la mamá. De nuestro departamento de Sonnenallee y de nuestro barrio, Neukölln, del canal y del puente de Innstrasse, de las compras en las Karl-Marx-Strasse, del Volskpark Hasenheide, de Comenius Garten, de todas las plazas cercanas, muchísimas, donde conociste los toboganes y los sube y baja y juegos que no volviste a ver. Ahora que ya los olvidaste, te voy a contar el cuento de esa Kita nueva en Baumschulenweg donde estrenaste todo, de tu foto sola en los casilleros y tu carpeta sola en el fichero, de tus educadores Isazkun, Daniela y Ramiro que te hablaban castellano y Sabrina y Claudia que te hablaban alemán, de tus amigos Mascha y Tchintan, del bosque en el que paseaban todos los días y del carrito en el que los llevaban. De la ropa de invierno y de los juegos de agua en verano. El cuento de la nieve y del primer día que la registraste, cayendo sobre la cancha de fútbol de la esquina de casa. De las palabras que decías en alemán: nochmal, Milch, fertig, Danke, Bitte, y de la única que conservás, Eichhörnchen: ardilla. De las ardillas, los patos, los cisnes que veías a diario. De la feria de Navidad de Rixdorf que te hicimos visitar todos los días hasta cansarte. De la partida y lo bien lo que te portaste mientras embalábamos todo lo que podíamos traer en quince valijas, sin olvidar siquiera tu ropa de bebé y los juguetes con los que ya no jugabas, simplemente porque no podía desprenderme de ellos, del bebé berlinés que fuiste y que extraño, tu Schneeanzug, tu fascinación por la peluquera del Salon Igel, tu vocecita pidiendo Eis frente al Külschrank y esto que no sé qué es que me hace llorar cuando escribo Külschrank en lugar de heladera, y de la señora que desde su ventana en la Geygerstrasse te veía pasar y exclamaba invariablemente "grosse Augen!". Un cuento donde siempre tengas ojos grandes y amiguitos alemanes, hindúes y chilenos, y tomes leche de arroz y de avena, y aunque haga mucho frío andes más desabrigado que nosotros porque sos de allá, sos de Berlín, sos un turquito más de Neukölln, y es lo que conocés, es tu barrio, tu ciudad, tu mundo. 

4 comentarios:

Anónimo dijo...

me has llegado al alma princesa montonera, mi hijita Tania nacio en Berlin tambien,viviamos en Kreuzberg, Kreuzbergstrasse, al frente del parque Victoria... volvimos, cientifica repatriada...reconozco tus lugares y sensaciones, y me estremecen tus recuerdos, sensaciones compartidas... me reconozco y a mi hijita en tus palabras, gracias

perez dijo...

¡Qué lindo el Victoriapark! Gracias por el comentario. Beso grande.

Sonia dijo...

La princesa montonera siempre me llega al corazón...

victoria dijo...

... conmovedor, amiga! ... pero ahora necesito reirme un poco: conta de las aventuras en IKEA ... no me vas a decir que nunca dejaste a Tilo en el Smölland? .... decime que sos tambien un poco Raabenmutter!!!