Sueño con la imagen de Argentina, enorme, ocupando todo mi campo visual. Se aparece delante de mis ojos, con los brazos semiextendidos, la remera roja de Hering que yo usaba cuando era una adolescente pobre, con sus anteojos redondos y el pelo corto y prolijo, no enferma, no decrépita, con un cordón al cuello del que cuelga una llave o una cruz.
Le grito:
"¿Por qué no me dejás en paz, abuela? ¡Basta!"
Y me despierto.
Hace 12 años
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