domingo, 24 de julio de 2016

Inspección ocular - I

La inspección ocular a la RIBA tiene algo de excursión. Estamos todos: los tres jueces (el presidente del tribunal, la jueza mujer, el juez pelado); el secretario que a pesar del mal tiempo hoy también clavó saco de pana porque le sobra actitud; el prosecretario, las chicas que asisten al secretario (ignoro el cargo, chicas, ¡perdón!) y hasta el cana que parece el responsable de la seguridad en la sala de audiencias de San Martín; el fiscal y su equipo, a los que adoro en masa; Pablo mi abogado y Coco, mi otro abogado; el equipo jurídico de ***; los abogados de la secretarías de derechos humanos de Nación y Provincia, que forman para mí un conjunto indiferenciado de profesionales jóvenes, quizás más jóvenes que yo, todos igual de buena onda y de comprometidos, como los de la fiscalía. Es un alivio nerdearla con otros, que otros conozcan lo mismo que yo de esta parte de la historia, que otros hayan estudiado como yo, de pe a pa, los documentos y testimonios de esta causa. Fueron muchos años de cargar sola con el peso de la información. Que aunque poca, pesa.

G. está aparte. Lo convocaron como testigo y los testigos esperan en uno de esos espacios indescifrables de la RIBA, al costado de la entrada por la calle Entre Ríos. Del lado de adentro de este portón, bajo un techo que ya no recuerdo cómo era, nos agolpamos todos, porque llovizna.

Estoy con Jota. El tribunal no admite hoy público ni prensa, pero hicimos un pedido especial para que me permitieran estar acompañada por mi marido (para estas cosas garpa estar casados, para decir "mi marido" y que automáticamente todo adquiera un aura de madurez y seriedad). Se supone que la contención queda a cargo de las psicólogas del centro de atención a la víctima, pero tengo dificultades para ser contenida por extraños. Disculpen, si es que leen, no quiero ofenderlas, son simpáticas y vienen siempre, pero no nos conocemos realmente, ésa es la verdad. Si alguien va a saber lo que me pasa y va a hacerme bien con su sola presencia, ése es Jota. Además, con Jota jodemos que tiene que tocarme el culo en alguna parte del recorrido, para que no se corte la tradición inaugurada en la Exma.

Vino Lito, compañero de Jose en Tres de Febrero. Aunque sabe que no va a poder entrar, vino igual. Le permiten asomarse para darme un beso y me dice que nos va a esperar en la vereda.

También están Dr. Tic y Dr. Carmela, los abogados de la contra. Y Trillo. Es el único de los imputados que quiso venir. Excepto Trillo, que espera en un auto del Servicio Penitenciario, todos los demás nos apretamos en este par de metros cuadrados a la entrada mientras esperamos la eternidad que tarda en llegar uno de los jueces. Y como ésta es la octava vez que nos encontramos todos, y estamos fuera del contexto habitual, siento un primer impulso de saludar a Tic y a Carmela como al resto. Por eso decía antes que hay algo de excursión, de estudiantina en una salida del colegio, perturbardora sensación que se desvanece en cuanto dirijo mi vista a esto que difícilmente puede ser llamado jardín, por donde Gómez hizo caminar a Paty; ahí recupero una sensación tranquilizadora de asco y espanto. 

lunes, 4 de julio de 2016

Movimiento en alemán se dice Bewegung

Cada tanto Argentina movía los muebles. Daba vuelta la orientación del living, con su Meca en la tele, y el sentido de las cabeceras de las camas. La mesa de luz era una candidata segura a la relocalización, lo mismo el fallido sillón cama. Cambiaba de lugar los adornos, la palomita de cerámica donde antes estaba el poster chino aterciopelado, y rotaba los estantes rústicos obra del tío More que albergaban a su vez más adornos, como la taba o la campana de bronce. Me gustaría poder decir que lo hacía sobre todo cuando tenía problemas, pero ella parecía tener problemas todo el tiempo. Estoy pensando ahora que el despojamiento de los últimos años, que la llevó a desprenderse de cosas como el busto de Yrigoyen, mi libro de Tom Sawyer, la taba y la campana de bronce, pudo tener que ver con esta imposibilidad de fijar un orden en su casa. Algunos ítems rebotaron hasta ser finalmente expulsados.
Me puse a ordenar las bibliotecas. Dormimos donde era el estudio; una pared del dormitorio es biblioteca, la pared que separa nuestra pieza de la de Tilo. No descanso bien con los libros del temita sobre mi cabeza, a la derecha, suspendidos sobre la respiración de mi hijo. Temo que durante la noche se derramen la masacre de Trelew, los desaparecidos de Paine y la contraofensiva montonera sobre nuestros sueños. No soporto la culpa de traer adosado todo esto que no puedo llamar más que El Horror. Sé que no es mi culpa, que nada de esto es mi culpa, que es todo culpa de los milicos, bla bla bla. Alguien que le avise a este sentimiento horrible. Así que me quedo hasta cualquier hora subida a la escalera, franela en mano y estornudando, mientras Jota duerme a Tilo, destematizando la biblioteca del dormitorio matrimonial, limpiándola incluso de libros teóricos de cualquier índole, por las dudas. Y descubro que mi biblioteca sobre el temita es bastante importante, en el sentido de vasta, (en el sentido de ¡basta!), y corro una estantería para hacerles lugar más a mano a los libros de la tesis que en cualquier momento retomo, y una mesa de apoyo va a ocupar el vacío dejado por la estantería que ahora es mi nueva biblioteca laboral, y me acuerdo de Argentina probando el chiffonier contra cada pared y cada ángulo posible del diminuto living comedor de Matienzo y es de esos momentos epifánicos en los que se ve la conexión, el sentido, la continuidad, y no es con enojo esta vez, qué alivio, al menos eso. 

viernes, 1 de julio de 2016

Sueños feos

Tilo se despierta asustado. Cocodilo, dice, y llora. Me acuesto con él, hablamos de sueños feos, de cocodrilos y monstruos que viven en las selvas y en los libros y en los sueños pero no en las casas ni en las ciudades. Nos dormimos. Sueño con un viejo horrible disfrazado grotescamente de nena, en un vestido de comunión pero no blanco sino de un rosa o beige indefinido y sucio, con peluca de pelo largo y lacio peinado en una media cola. La cara con piel de nicotina cambia un poco y de pronto es Gómez, Gómez hoy.

Me despierto asustada. En la oscuridad, vuelvo a mirar esa cara horrible, la analizo y clasifico y la ubico en un cómodo cajón de mi subjetividad, hasta que escucho la respiración de Tilo, y me castigo por soñarle el horror tan al lado.