La inspección ocular a la RIBA tiene algo de excursión. Estamos todos: los tres jueces (el presidente del tribunal, la jueza mujer, el juez pelado); el secretario que a pesar del mal tiempo hoy también clavó saco de pana porque le sobra actitud; el prosecretario, las chicas que asisten al secretario (ignoro el cargo, chicas, ¡perdón!) y hasta el cana que parece el responsable de la seguridad en la sala de audiencias de San Martín; el fiscal y su equipo, a los que adoro en masa; Pablo mi abogado y Coco, mi otro abogado; el equipo jurídico de ***; los abogados de la secretarías de derechos humanos de Nación y Provincia, que forman para mí un conjunto indiferenciado de profesionales jóvenes, quizás más jóvenes que yo, todos igual de buena onda y de comprometidos, como los de la fiscalía. Es un alivio nerdearla con otros, que otros conozcan lo mismo que yo de esta parte de la historia, que otros hayan estudiado como yo, de pe a pa, los documentos y testimonios de esta causa. Fueron muchos años de cargar sola con el peso de la información. Que aunque poca, pesa.
G. está aparte. Lo convocaron como testigo y los testigos esperan en uno de esos espacios indescifrables de la RIBA, al costado de la entrada por la calle Entre Ríos. Del lado de adentro de este portón, bajo un techo que ya no recuerdo cómo era, nos agolpamos todos, porque llovizna.
Estoy con Jota. El tribunal no admite hoy público ni prensa, pero hicimos un pedido especial para que me permitieran estar acompañada por mi marido (para estas cosas garpa estar casados, para decir "mi marido" y que automáticamente todo adquiera un aura de madurez y seriedad). Se supone que la contención queda a cargo de las psicólogas del centro de atención a la víctima, pero tengo dificultades para ser contenida por extraños. Disculpen, si es que leen, no quiero ofenderlas, son simpáticas y vienen siempre, pero no nos conocemos realmente, ésa es la verdad. Si alguien va a saber lo que me pasa y va a hacerme bien con su sola presencia, ése es Jota. Además, con Jota jodemos que tiene que tocarme el culo en alguna parte del recorrido, para que no se corte la tradición inaugurada en la Exma.
Vino Lito, compañero de Jose en Tres de Febrero. Aunque sabe que no va a poder entrar, vino igual. Le permiten asomarse para darme un beso y me dice que nos va a esperar en la vereda.
También están Dr. Tic y Dr. Carmela, los abogados de la contra. Y Trillo. Es el único de los imputados que quiso venir. Excepto Trillo, que espera en un auto del Servicio Penitenciario, todos los demás nos apretamos en este par de metros cuadrados a la entrada mientras esperamos la eternidad que tarda en llegar uno de los jueces. Y como ésta es la octava vez que nos encontramos todos, y estamos fuera del contexto habitual, siento un primer impulso de saludar a Tic y a Carmela como al resto. Por eso decía antes que hay algo de excursión, de estudiantina en una salida del colegio, perturbardora sensación que se desvanece en cuanto dirijo mi vista a esto que difícilmente puede ser llamado jardín, por donde Gómez hizo caminar a Paty; ahí recupero una sensación tranquilizadora de asco y espanto.
G. está aparte. Lo convocaron como testigo y los testigos esperan en uno de esos espacios indescifrables de la RIBA, al costado de la entrada por la calle Entre Ríos. Del lado de adentro de este portón, bajo un techo que ya no recuerdo cómo era, nos agolpamos todos, porque llovizna.
Estoy con Jota. El tribunal no admite hoy público ni prensa, pero hicimos un pedido especial para que me permitieran estar acompañada por mi marido (para estas cosas garpa estar casados, para decir "mi marido" y que automáticamente todo adquiera un aura de madurez y seriedad). Se supone que la contención queda a cargo de las psicólogas del centro de atención a la víctima, pero tengo dificultades para ser contenida por extraños. Disculpen, si es que leen, no quiero ofenderlas, son simpáticas y vienen siempre, pero no nos conocemos realmente, ésa es la verdad. Si alguien va a saber lo que me pasa y va a hacerme bien con su sola presencia, ése es Jota. Además, con Jota jodemos que tiene que tocarme el culo en alguna parte del recorrido, para que no se corte la tradición inaugurada en la Exma.
Vino Lito, compañero de Jose en Tres de Febrero. Aunque sabe que no va a poder entrar, vino igual. Le permiten asomarse para darme un beso y me dice que nos va a esperar en la vereda.
También están Dr. Tic y Dr. Carmela, los abogados de la contra. Y Trillo. Es el único de los imputados que quiso venir. Excepto Trillo, que espera en un auto del Servicio Penitenciario, todos los demás nos apretamos en este par de metros cuadrados a la entrada mientras esperamos la eternidad que tarda en llegar uno de los jueces. Y como ésta es la octava vez que nos encontramos todos, y estamos fuera del contexto habitual, siento un primer impulso de saludar a Tic y a Carmela como al resto. Por eso decía antes que hay algo de excursión, de estudiantina en una salida del colegio, perturbardora sensación que se desvanece en cuanto dirijo mi vista a esto que difícilmente puede ser llamado jardín, por donde Gómez hizo caminar a Paty; ahí recupero una sensación tranquilizadora de asco y espanto.