domingo, 28 de agosto de 2016

Inspección ocular - II

La RIBA es una ruina. En la parte de la casa vieja, a la que se accede por el portón de la calle San Martín, las goteras corren por las vigas de hierro de los techos altos. Las paredes descascaradas dejan ver diferentes capas de tonos amarillentos. La antigua cocina está inundada. Hace más frío adentro que afuera, un frío húmedo que se mete en los huesos. Me había olvidado de este frío. Berlín es seco: en invierno, la piel se descama y los labios se cuartean bajo el imperio de los radiadores. Este frío de trapo mojado es de acá y no lo viví por cinco años.

Las paredes exhudan un polvillo blanco como de tiza que muy pronto llevamos todos en nuestros abrigos. Trillo en la campera, la jueza en su saco tan regio, el Dr. Tic en el piloto, yo en mi campera gris de tweed, la que usé cada día de mis cinco inviernos berlineses y que no da más. El Dr. Carmela le hará más tarde una broma al secretario: "¿Podemos pasar al tribunal los gastos de tintorería?". Sí, qué chistosa la RIBA.

Pensé mucho en qué ponerme, sobre todo en los zapatos. Recordé un texto de Estela (colega-amiga-vecina en Alemania, ¡hola Estelita!) sobre el calzado adecuado para entrar a un campo de concentración. ¿Con qué suelas pisar la RIBA? Me decidí por las botitas kickers negras, casi mi uniforme de los últimos años, que me llevaron a recitales, aeropuertos y velorios. Soportaron todo, iban a soportar esto también. ¿Para qué sirven los zapatos favoritos si no es para hacernos transitar las más duras pruebas?

Con esos zapatos entré a la RIBA por esa suerte de jardín de invierno por donde deben haber pasado Paty y Jose y subí la escalera que debe haber subido y bajado Paty al menos una vez, para dar esa vuelta al jardín, si es que no la bajaban al baño, y difícilmente la hayan bajado mucho al baño porque la escalera es demasiado empinada para que Paty no hiciera ningún comentario al respecto a las compañeras en la Esma, o tal vez una escalera empinada era la menor de sus molestias. La misma escalera que debe haber subido al menos una vez Jose para reunirse con ella, algún día de fin de semana con alguna guardia "buena" (¿Gómez?). "Alguien lo subía", dice el testimonio de Buchi, y yo imagino no sólo a alguien que consiente y acompaña sino a alguien que manipula ese pobre cuerpo maltrecho. Anunciaron que primero caminarían los jueces con los testigos y el secretario, después Trillo con uno (¿o más?) penitenciarios y Dr. Tic,  después toda la troupe de abogados y nosotros.  En realidad, Trillo se demora para observarnos a todos, como lo hace en cada audiencia. No soporto darle la espalda, que pueda verme sin que yo pueda verlo. Trillo reconoce y comenta con su abogado cada espacio, pero apenas le echa un vistazo rápido desde afuera a esa habitación revestida en machimbre donde creemos que estuvo Jose, que tiene abierta la loza para conectar por medio de esa escalera tan empinada con esa pieza precariamente levantada, que es donde pensamos que estuvo Paty. En el medio de esa segunda pieza, la de arriba, se agazapa una montaña de polvo. Pequeña, pero montaña al fin. No de basura, de polvo. Como si hubieran barrido el polvo muerto acumulado en años de abandono del lugar, de no saber qué hacer con él, como si hubieran encontrado la escoba para barrer años de desidia pero no la pala, entonces barrieron bien, hicieron la montañita que hay que hacer, y la dejaron ahí. La pisamos casi todos, porque es discreta, silenciosa, y el lugar es oscuro, lo vemos a la luz de la cámara del Incaa que filma. Yo también la piso, así me entero de su existencia, cuando siento eso que cede blandamente bajo la suela negra de mi zapato.

A la vuelta nos mojamos a propósito caminando desde la estación Caballito hasta casa bajo la lluvia. Comentamos todo, nos reímos, vamos rápido. Por Aranguren, levanto un gajo del suelo, una planta de hoja brillante y tallo grueso que ahora prolifera en los canteros del barrio. Llego y me saco la campera y los zapatos empapados en la entrada y no me alcanza, me saco el pantalón, el pulóver, la camiseta, las medias, me doy cuenta de que tengo que bañarme, como una chica violada en una película berreta tengo que bañarme para sacarme la RIBA de encima. Y la ropa, no puedo lavar la ropa porque llueve, pero la meto en el canasto, mi ropa y la de Jota, toda la ropa que estuvo adentro de la RIBA y que tiene olor a tiza mojada y a polvo mojado. Saco el canasto al patio y cierro con llave.