Un chiste frecuente en *** (no con el Nene, claro, con mis amigas) era el de los pasos que, decíamos, se oían sobre nuestras cabezas. Trabajábamos en una habitación con entrepiso y el entrepiso crujía. Era eso nada más, no aullidos ni cadenas. Crujidos. Pero crujidos en serie que semejaban pasos. En una oficina y en la otra, porque hubo una mudanza. En las dos trabajábamos en habitaciones con entrepiso. Y los pasos nos seguían.
¿Qué querían los fantasmas? En *** estaba claro, tan claro que compensaba todo lo demás.
¿Qué querían los fantasmas? En *** estaba claro, tan claro que compensaba todo lo demás.