miércoles, 17 de junio de 2015

Aerojuicio 2016

A todo esto elevaron a juicio oral la causa contra los tres aeromilicos imputados por el secuestro de mis papis y cuando digo secuestro lamentablemente es literal, ése será el único cargo ((carita triste)).

Eso significa que en algún momento de 2016 viviré jornadas de gloria militonta. Declararé en el juicio, asistiré a las audiencias y miraré a los milicos y sus familias desde lo alto de mi pedestal moral y político, atenderé a la prensa nacional, internacional y extraterrestre y no faltará ocasión de elevar los dedos en V y gritar los nombres de mis papis y el consabido presente. Me habré mandado a hacer una remera con sus fotos, o unos pines, o tatoos con sus jóvenes rostros. Oh, serán días de embriaguez justiciera...

O quizás me pase lo que dure el juicio con anginas, odiando al mundo desde la cama. O quizás ni siquiera esté en Buenos Aires. Quizás lo siga a través de las redes sociales, puteando todo a la distancia, enojada si va la militoncia derechohumanística y más enojada si no va, diseccionando cada nota si las hay y prendida fuego si no hay ninguna, furiosa con Gustavo tanto si se presenta como querellante como si declara como testigo de identidad reservada, pero acá, en mi exilio verde-gris berlinés, parapetada detrás de las copas de los tilos.


* Si hay "Megacausa" puede haber "Aerojuicio". Ya se habla de T2D. No hay límites para la imaginación popular. 



sábado, 13 de junio de 2015

Caras de Exma

 Adentro de la Exma disertando sobre fantasmas de desaparecidos el día del aniversario del secuestro de mis papis, un plato. 6 de occctubre de 2012.


Adentro de la Exma. Muestra de Lucila. Marzo 2013.

En Berlín para la inauguración del museo o whatever en la Exma, Mayo 2015.

¿Cuál les gusta más? ¿La chica científica decontracté que se resiste al trajecito? ¿La artisssta que siente mucho y se pone cualquier mamarracho? ¿La víctima en pijama que la pasa mal, se saca selfie pasándola mal, le pone un filtro y la sube a instagram?

Sepa el pueblo votar. 

Berlín es una ciudad construida en medio de un bosque. Los parques, las plazas, las riberas del río y los canales, todo reverdece tan salvajemente en primavera que da la sensación de que es el cemento el que se cuela entre las grietas de lo vegetal y no al revés.

Ahora ya es verano. Anocheció dos horas antes de lo habitual. Hay tormenta. Los tilos de la avenida se sacuden con furia. 

En Berlín siempre se ve el cielo. Las calles son anchas y los edificios, bajos. El cielo casi nunca está celeste. En invierno es invariablemente gris. Todos los días. Durante varios meses. El cielo de verano es una fiesta de nubes. Hoy no. Hoy es plomizo, como dice en las novelas. 

La lluvia golpea con tanto escándalo que parece granizo. Pero no. Son gotas gordas y pesadas que el viento empuja a altísima velocidad. 


lunes, 1 de junio de 2015

Matienzo - 1

En el departamento 1 vivían tres viejos. Dos hermanas y un marido. Coca y Porota ellas, algo como Pancho él. Coca tenía un nombre normal pero Porota se llamaba Menester. Contaba, todavía muy apenada, que su padre había querido inscribirla como María Ester, pero el empleado del registro civil no lo escuchó bien o tenía un humor muy particular, y anotó Menester. Menester Martínez. Siempre le dijeron Porota. Porota era la esposa de Pancho. Ellos eran los que estaban peor. Casi no caminaban. Pancho además no oía bien. Coca, en cambio, podía cruzar a comprar pan o alguna otra cosa mínima. Nadie los visitaba. Coca era soltera, pero Porota y Pancho tenían algún hijo o hija.

En el 1 todo tenía una pátina grasienta de polvo asentado y había olor a pis. Con la abuela fuimos una sola vez en plan visita. La abuela no los quería. La abuela no quería de verdad casi a nadie, pero en general se sentía obligada a amar al prójimo; con ellos no le pasaba. Su patio lindaba con el nuestro, los dos en el fondo de un pozo de aire y luz que no ofrecía ni lo uno ni lo otro. Nuestro patio estaba más elevado. Si me paraba junto al murito que dividía los dos patios, veía la puerta de vidrio a la cocina del departamento 1 y una ventana a una habitación. Nunca había nadie en la cocina y casi nunca estaba levantaba la persiana de esa habitación que creo que era la de Porota y Pancho. Pero esa inmediatez para acceder a la intimidad de los vecinos me mantenía alejada del murito. El patio, que ya era pequeño, pasaba a ser diminuto.

Yo jugaba a hacer rebotar una pelota de tenis contra la medianera. A veces la pelota se me escapaba y terminaba entre las plantas escuálidas que sobrevivían estiradas contra el murito gracias a que mi abuela las regaba desde nuestro patio. Mi abuela quería más a las plantas que a la gente. Cuando se me escapaba la pelota, tenía que saltar de mi patio al de ellos, bajar por una pileta, golpear la puerta de vidrio de la cocina y esperar que me abrieran para volver a casa por adentro. No recuerdo por qué pero ni trepaba de vuelta de su patio al nuestro ni tampoco tocaba el timbre para entrar a buscar la pelota. Tal vez me habían pedido que no tocara el timbre para no despertar a alguno de ellos de la siesta.

Contra todo pronóstico, la primera que se rompió la cadera fue Coca. Mientras estaba internada algo le pasó a Pancho y se murió o también lo internaron. Aparecieron los hijos y se llevaron a Porota y muy pronto el departamento se vendió. El edificio ya no valía nada, pero el departamento no dejaba de ser un tres ambientes con ventanas a la calle en Colegiales, Belgrano o Palermo, según cada quien.

El nuevo propietario se llamaba Santiago. Era joven, morocho, ni lindo ni feo, un poco petiso. Trabajaba como productor o en publicidad, alguna ocupación así, moderna. Trabajaba mucho, salía a media mañana y volvía tarde a la noche. A veces traía alguna novia, pero vivía solo. Nunca se lo escuchaba, nunca se peleaba con ningún vecino ni generaba ningún tipo de problema.

La abuela tenía predilección por él. Le encantaba hacerle favores. Pagarle las expensas (porque él nunca estaba a la hora en que pasaba a cobrar el tipo de la administración), recibirle algún sobre o paquete y creo que también alguna vez le debe haber hecho algo de comer. La abuela decía: a mí me gusta estar entre la gente joven. Santiago la tuteaba y era al mismo tiempo afectuoso y distante con ella, como si le dedicara un tipo de afecto profesional. Conmigo era correcto pero prescindente. Nunca entré al departamento mientras vivió Santiago. Cuando me fui de casa, él seguía ahí. Supe que después se mudó, me parece que con alguna chica.