¿Qué sentís?, me preguntan.
Y yo me palpo por dentro y no encuentro nada.
No hay lágrimas, no hay bronca, no hay alegría.
Hay algo como una satisfacción, ese sentimiento de estar haciendo las cosas BIEN que ya conozco porque era el motor de mi militoncia veinteañera, y porque lo conozco le desconfío. Porque ése no es mi deseo. Pero, ¿existe, puede existir, algo como un deseo de querellar contra los milicos?
¿Qué siento?
¿Importa?
Pienso en Eugenia Sampallo Barragán, que en ocasión del juicio a sus apropiadores se negaba a hablar públicamente de lo que sentía porque no se trataba de eso.
Pienso en el pasaje que nunca encuentro de Eichmann en Jerusalén donde Hannah Arendt dice algo así como que los sentimientos de la víctima no tienen ninguna relevancia para el derecho penal.
Pienso y pienso, que me sale mucho más fácil que sentir.
Ah, bueno, detuvieron al personaje de González de este Diario, que en la vida real se llama Francisco Gómez y fue el secuestrador de mi familia y quizás también el mío.
Y yo me palpo por dentro y no encuentro nada.
No hay lágrimas, no hay bronca, no hay alegría.
Hay algo como una satisfacción, ese sentimiento de estar haciendo las cosas BIEN que ya conozco porque era el motor de mi militoncia veinteañera, y porque lo conozco le desconfío. Porque ése no es mi deseo. Pero, ¿existe, puede existir, algo como un deseo de querellar contra los milicos?
¿Qué siento?
¿Importa?
Pienso en Eugenia Sampallo Barragán, que en ocasión del juicio a sus apropiadores se negaba a hablar públicamente de lo que sentía porque no se trataba de eso.
Pienso en el pasaje que nunca encuentro de Eichmann en Jerusalén donde Hannah Arendt dice algo así como que los sentimientos de la víctima no tienen ninguna relevancia para el derecho penal.
Pienso y pienso, que me sale mucho más fácil que sentir.
Ah, bueno, detuvieron al personaje de González de este Diario, que en la vida real se llama Francisco Gómez y fue el secuestrador de mi familia y quizás también el mío.