Ahora que te gusta que te cuenten cuentos, te voy a contar el cuento de tu infancia en Berlín. De tu nombre alemán, y berlinés, porque ¿qué hay más berlinés que los tilos? De la Hebamme chilena que acompañó el embarazo, que me enseñó a darte la teta, a doblar el pañal de tela y a ponerte en el rebozo. De la Geburthaus donde al final no naciste porque parteras malditas hay en todas partes, aunque se proclamen feministas y defensoras a ultranza de la soberanía de la mujer sobre su parto, y del hospital turquísimo donde viniste al mundo ayudado por una técnica instrumental, el vacuum, que en Argentina no se usa. Del frío y la oscuridad de tus primeros días, de nuestro encierro y nuestra soledad. Del día, o más bien la noche, porque era siempre de noche, en que llorando le conté a Nadia por teléfono que me dolía tanto la espalda que no podía tenerte en brazos y que me parecía que llorabas por eso, porque necesitabas más upa, y Nadia me dijo: si no podés tenerlo en brazos, ponételo de bufanda, pero el bebé tiene que estar con la mamá. De nuestro departamento de Sonnenallee y de nuestro barrio, Neukölln, del canal y del puente de Innstrasse, de las compras en las Karl-Marx-Strasse, del Volskpark Hasenheide, de Comenius Garten, de todas las plazas cercanas, muchísimas, donde conociste los toboganes y los sube y baja y juegos que no volviste a ver. Ahora que ya los olvidaste, te voy a contar el cuento de esa Kita nueva en Baumschulenweg donde estrenaste todo, de tu foto sola en los casilleros y tu carpeta sola en el fichero, de tus educadores Isazkun, Daniela y Ramiro que te hablaban castellano y Sabrina y Claudia que te hablaban alemán, de tus amigos Mascha y Tchintan, del bosque en el que paseaban todos los días y del carrito en el que los llevaban. De la ropa de invierno y de los juegos de agua en verano. El cuento de la nieve y del primer día que la registraste, cayendo sobre la cancha de fútbol de la esquina de casa. De las palabras que decías en alemán: nochmal, Milch, fertig, Danke, Bitte, y de la única que conservás, Eichhörnchen: ardilla. De las ardillas, los patos, los cisnes que veías a diario. De la feria de Navidad de Rixdorf que te hicimos visitar todos los días hasta cansarte. De la partida y lo bien lo que te portaste mientras embalábamos todo lo que podíamos traer en quince valijas, sin olvidar siquiera tu ropa de bebé y los juguetes con los que ya no jugabas, simplemente porque no podía desprenderme de ellos, del bebé berlinés que fuiste y que extraño, tu Schneeanzug, tu fascinación por la peluquera del Salon Igel, tu vocecita pidiendo Eis frente al Külschrank y esto que no sé qué es que me hace llorar cuando escribo Külschrank en lugar de heladera, y de la señora que desde su ventana en la Geygerstrasse te veía pasar y exclamaba invariablemente "grosse Augen!". Un cuento donde siempre tengas ojos grandes y amiguitos alemanes, hindúes y chilenos, y tomes leche de arroz y de avena, y aunque haga mucho frío andes más desabrigado que nosotros porque sos de allá, sos de Berlín, sos un turquito más de Neukölln, y es lo que conocés, es tu barrio, tu ciudad, tu mundo.
Hace 12 años