lunes, 25 de marzo de 2013

(Me pongo solemne y sesuda) Sobre filiaciones y duelo

En rigor, el texto que sigue no pertenece a este blog. Pero como carezco de house organ lo pego acá.
Lucila Quieto me pidió un texto para acompañar su muestra de fotos, collages y videos "Filiación", que se inauguró el sábado pasado en el Conti. Esto es lo que pude escribir, en diálogo con esas imágenes y con los debates abiertos por el Colectivo de hijos.
La muestra se puede visitar hasta el 2 de junio y la recomiendo, si te da el cuero para entrar a la Esma, claro.



Sobre filiaciones y duelos

Poco sabemos de las múltiples maneras de experimentar la orfandad de desaparecidos y asesinados. Se nos ofrece para el consumo el estereotipo del “hijo” clase media, militante, intelectual o artista. La mayoría silenciosa de los más de catorce mil huérfanos del terror de Estado desentona con esta imagen tranquilizadora. Volver a las fotos que Lucila Quieto tomó de sí y de sus compañeros a fin de siglo, revela la manera en que esa construcción identitaria, rebelde en su momento, ha ido sedimentando en capas a las que la palabra “arqueología” les queda cada vez mejor. Aquellas fotos exhibían la necesidad de estar juntos, la imposibilidad y el artificio. Sobre todo, el artificio. ¿Qué muestran hoy, en este presente saturado de pasado, y en este lugar, la ESMA, que se resiste a devenir ex ESMA?

Como capas arqueológicas, Lucila acumula sobre su primera obra estos renovados intentos de encontrar a su padre. La filiación incluiría aquel trabajo paradójico de escarbar en la ausencia. Si hechos inéditos demandan palabras inéditas, habrá que inventar un verbo reflexivo para este filiar(se) en torno al vacío. Y habrá que duelar en lugar de hacer el duelo, porque hacer el duelo tiende hacia un final que la desaparición parece suspender indefinidamente. Duelar sin suponer un resultado, un duelo hecho, normal, sanito. Difícil discernir si Lucila se filia o duela cuando insiste: ¿cómo era mi padre y dónde está? Junto a la actualidad de estas preguntas, detecto un principio de hastío que quizás sea el mío.

La cámara de Lucila interroga a los muros de los campos de concentración y a la superficie del río, pero los muros y el río callan. Y contra ese silencio no hay nada. Ni la justicia puede ser un ideal ni un padre es todos los padres. Lucila observa y comparte los rituales de otros huérfanos pero reclama: ¿cómo era, cómo sería hoy mi padre? Sus ojos, su boca, no cualquier cuenca ni cualquier dentadura ni cualquier poema que hable de unos ojos o una boca.

Lucila juega (si se puede jugar sin alegría) a mezclar los rasgos familiares para imaginar a su padre. Nuevamente, lo que queda de manifiesto es el propio artificio. Pero esta vez Lucila apela también al grotesco, cuando compone una foto de familia monstruosa, desencajada, descoyunturada. El grotesco emerge como gesto crítico vuelto sobre la propia práctica de filiarse y duelar.


Mariana Eva Perez
Berlín, febrero de 2013




1 comentario:

Anónimo dijo...

qué hermoso este texto. quizás junte fuerzas y vaya por primera vez