jueves, 1 de febrero de 2018

Marcelo

El 17 de enero se murió mi primo Marcelo. 

El que no dudó en reconocerme como la hija de su primo cuando la patota de la RIBA se presentó en su casa con una niña en un moisés. En 2016, cuando se juzgó a Graffigna, Trillo y Gómez por el secuestro de mis padres, me sorprendió del testimonio de Marcelo la magnitud del operativo: autos particulares, camiones, colimbas apostados en los muros. Él los vio, a unos y a otros, al todavía prófugo Vázquez Sarmiento, a Gómez, a uno que se parecía al actor Rubén Green y que todavía no pudimos identificar, y también a Patricia y a José.

Al recibirme y hacerse cargo de entregarme a mis abuelos, me salvó la vida, aún a riesgo de la suya. ¿Cuántos de nosotros admitiríamos ser familia de un "delincuente subversivo" ante semejante despliegue de las fuerzas de seguridad?

Marcelo tenía 17 años y esa noche estaba preparándose para ir a bailar.

No estábamos de acuerdo en casi nada. Él había sido de la Ucedé y seguramente apoyaba al gobierno actual, no sé, hacía tiempo que por el bien de nuestra relación no leía sus posteos en redes sociales. Pero nuestras diferencias políticas no importaban. Nos queríamos. Así, como en la foto, lo quise. De su mano conocí los vinilos y los barriletes. Solía sentarme en sus hombros, eran los únicos hombros en los que podía sentarme. Hasta que en un cumpleaños sentenciamos que ya estaba demasiado grande, entonces me alzó por última vez y nos sacamos esta foto.



Fue más difícil encontrarnos de adultos. Pero no importaba. Sabíamos del cariño aunque nos costara hallar tema de conversación cuando estábamos juntos. En Año Nuevo nos saludamos. No puede ser que no conozcas a Norita, le dije, quiero que vengas a casa. Dale, arreglamos, me contestó él. No me contó que se tenía que operar del pie, no era de quejarse y seguramente habrá pensado que era algo menor. Se murió después de la operación.

Ese día yo estaba leyendo Chicos de Varsovia, el libro de mi amiga Ana Wajszczuk. Y pensé en los polacos católicos que salvaron niños judíos. Algunos de ellos eran de derecha, profundamente nacionalistas, y no querían a los judíos en Polonia, pero la matanza de niños les pareció demasiado e hicieron lo que tenían que hacer, a riesgo de sus propias vidas.

Marcelo fue mi polaco católico, pensé.

En el cementerio oí que dos amigas suyas hablaban de mí. Muy bajito, una dijo: "él la salvó". Jamás lo escuché jactarse de eso. Ni en el juicio, ni nunca. Yo se lo decía los últimos años, se lo decía cada vez, cuando se acababa la charla casual y no sabía de qué hablar, se lo decía. Me alivió enterarme de que a pesar de su modestia, él también lo sabía.

Marcelo Rubén Moreyra, mi polaco católico personal, tu nombre estará por siempre inscripto entre los justos de mi nación imaginaria.

2 comentarios:

Sergio Villone dijo...

Hermosidad.
Afecto.

Cristina Pradera dijo...

Qué hermoso! Me conmovió y más al ver la foto